5 de marzo de 2007

Las escaleras eléctricas inventan vidas

En un lugar de Extremadura de cuyo nombre no quiero acordarme había un piso izquierda habitado por una inquilina un tanto loca, pero que adornaba sus locuras con lecturas de amores descarnados y músicos de boleros, sobre todo en la estación de otoño y cuando las hojas caían de los árboles y todavía con sol bajaba las escaleras de su casa con un paso pausado como una tortuga. Como a las once y cuarto se levantó una mañana, salió de su casa y preguntó a una vecina por un parque no muy lejano de su hogar, no sin darse cuenta salió por la salida equivocada y dio mil vueltas; no encontraba el parque, llamaba a las puertas de los convecinos preguntando por un parque que los susodichos decían desconocer. Sin darse cuenta se vio subiendo por unas escaleras eléctricas que daba a unas puertas que sugería estar en el número ocho de la calle de la Entredicha. Entonces se dió cuenta que estaba en bata y pensó que para traspasar esa puerta debería vestirse de princesa o de heroína de las novelas que leía y emprender una largo viaje e inventó su próxima vida.

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