22 de marzo de 2007

Un viaje hacia el futuro

He dormido profundamente esta noche. Caí agotada en la cama después de un día como otro cualquiera, es decir, con las obligaciones propias de una adolescente de catorce años y, como siempre, con la algarrabia correspondiente a un hogar lleno de gente: ruidos, agobios, tensiones... pero también momentos tiernos e inolvidables.
No sé que decir de mis sueños; sólo puedo decir con unas cuántas palabras que mis ensoñaciones me llevaron por caminos inesperados, más allá, creo a mi parecer, de la imaginación humana, y digo esto porque sé que no lo soñé. Fue real como la vida misma.
El día fue amaneciendo al tiempo que mi organismo se despertaba de dicha noche eterna.
Abrí los ojos timidamente al tiempo que vislumbraba la tenue claridad de lo que supuestamente salía de un panel geotérmico. Debido a ello pude comprobar que los tonos de mi habitación no eran como antes. Iban del gris oscuro al azul marino pasando por el negro y el plateado.
Desde luego esa no era una habitación para personas con poca autoestima pero, como todas las cosas, supongo que todo tiene un porqué.
Me levanté de la cama con una sensación de contrariedad decadente al tiempo que me sentía frustrada por mi pasado y por mi presente.
Estaba tan absorta en mi propio mundo que no me dio tiempo de ver la imagen de una mujer de veinte seis años en la pantalla tridimensional activada digitalmente que había delante o en frente de mi cama.
Cuando me enteré, pronto me dí cuenta que entre ella y yo había una intensa telepatía, ya que ella hablaba en una extraña, culta y refinada lengua extranjera que tal vez fuera el idioma polaco y yo era una simple chica española que captaba todo lo que ella me decía.
Por ella comprendí que estábamos en el año 3127, en una gran urbe centroeuropea llamada Ingoldstadt, la cual controlaba los movimientos de gran parte de Europa, sino de toda entera.
Ya en esos momentos tan significativos para mí, me recorría un sudor frío por la espina dorsal de la espalda y que se me irradiaba a la frente. Me encontraba bastante desorientada.
Ella siguió hablando. Entre otras muchas cosas me dijo que era mi logopeda personal, que estaba encantada de conocerme al fin, por primera vez y que esperaba de mis grandes resultados a nivel evolutivo y de otras muchas más cosas.
En esos momentos sentí unas náuseas que me invadieron todo el cuerpo. Sólo puedo recordar que en los segundos en que perdí el conocimiento únicamente me dio tiempo a darme cuenta de que el suelo era de un color indescriptible y translúcido y que en el mobiliario predominaban las formas rectas, sobrias y cuadrangulares, perfecta y como si de una operación matemática se tratará; líneas eternas, ecuaciones exactas.
Una situación inamovible en la que me quedé estancada, como si de aguas residuales se tratara en la que, mi mente, como invadida, aprisionada por una espesa e indeseado color negro, se cercioraba cada vez más de que tenía que salir de ese estado.
Ya, al cabo de las dos horas después de seguir en la nada, en el infinito, volví a sonreír oyendo la áspera risotada de mi abuelo en el salón de mi querido, lleno de gente y siempre hogar de antaño.

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